martes, 21 de marzo de 2017

20/03 TAYRONA
PLAYAS DE CABO SAN JUAN Y PISCINA

La luz del sol atraviesa la tela de la tienda de campaña. Son las 08h, más temprano de lo que nos hubiese gustado, pero mirándolo por el lado bueno eso nos dará más tiempo para aprovechar el día.
Preparamos nuestras bolsas en las que llevaremos las toallas, cremas solares, una muda de ropa, gafas de buceo, etc. Vamos, lo necesario para pasar un día de playa. Y es que hoy ese va a ser nuestro plan, visitar las principales playas del parque Tayrona.
A las 08:50 ya tenemos todo listo y nos acercamos a la zona de comedor en busca de algo que echarnos a la boca. Para desgracia nuestra nos comentan que hemos llegado tarde y que ya no queda nada para ofrecernos. 
Resignados nos vamos con nuestras mochilas a cuestas en busca de la playa Cabo San Juan. El camino, aunque es casi una hora se hace agradable, pasear por debajo de altos cocoteros y de una vegetación tropical no es algo que te suceda todos los días. 
La idea de poder alcanzar un coco de las palmeras nos tienta, sobre todo a Romà, que con su espíritu de superación parece que no hay nada que no pueda dejar de intentar y finalmente conseguir. Se le ocurre la idea de trepar una palmera, pero la copa está bastante alejada del suelo y los intentos se quedan en eso. En el suelo observamos que hay muchos cocos que han caído de las palmeras: algunos están vacío, otros en mal estado, pero pensamos que nos podrán servir para conseguir nuestro objetivo. Desde el suelo los lanzamos sobre las copas de las palmeras intentando golpear su fruto, pero la altura es más que considerable y aunque buscamos las palmeras más bajas para alcanzarlos y en varias ocasiones nuestros lanzamientos han dado en el blanco, no ha sido suficiente, ninguno cae al suelo. Es como si estuviesen aferrándose fuertemente a la que ha sido su madre desde que nacieron.
Romà no va a desistir y en el camino encontramos una palmera que parece estar a nuestro alcance. Unos 3 metros de altura es lo que nos separa del fruto deseado. Romà estira sus extremidades y se prepara para el espectáculo. Yo le pongo mis manos a modo escalón. Él apoya uno de sus pies y con una mano en mis hombros se impulsa para ganar la altura necesaria para agarrar un coco. Con su peso este se desprende de la palmera y Romà cae al manto de hojarasca que le sirve de cama para salir totalmente ileso. Hemos conseguido nuestro objetivo, “habemus coco”. Ahora toca abrirlo y evidentemente no llevamos ninguna herramienta que nos pueda servir a tal efecto. Así que deberemos ingeniar un sistema para poder abrir el coco y beber el néctar que tanto deseamos. Tras una lluvia de ideas encontramos una roca puntiaguda clavada en el suelo, "eureka" esa nos servirá. Romà golpea el coco contra la punta de la roca pero parece estar más duro de lo que pensábamos. Lo lanza y lo vuelve a lanzar contra la esquina hasta que lo logra astillar un poco. En cuanto vemos que se ha abierto una pequeña brecha lo celebramos como si hubiésemos ganado un evento importante. Le da un par de golpes controlados más contra la piedra y por fin la apertura se hace lo suficientemente amplia como para que el caldo emane de su interior. Pone la boca en esa grieta y empieza a beber, luego me lo pasa a mí. El agua está deliciosa, dulce y fresca. Nos lo pasamos varias veces hasta  terminar la deliciosa bebida. Ahora queremos más, pero de momento tendremos que dejar la ardua tarea si queremos llegar a la playa. Hemos estado más de media hora para conseguir ese coco, pero poco nos importa el tiempo, estamos viviendo el "aquí y ahora".
Seguimos caminando hacia nuestro objetivo y media hora después del capítulo de los cocos llegamos a playa de Cabo San Juan. Observamos que hay un bar que parece llamarnos a gritos y nos acercamos como si alguien nos hubiese hipnotizado en busca de algo que echarnos a la boca. Apenas tienen nada que ofrecernos y solo podemos conseguir unos paquetes que contienen cuatro galletas de oreo (1.000 pesos), un café solo ya que no tienen leche (2.000 pesos), una chocolatina (3.000 pesos), y un trozo de bizcocho (3.000 pesos). Como veis los precios son sumamente elevados en este parque, además de las pocas existencias que tienen,  así que vale la pena ir con la compra hecha antes de acceder al parque
Cabo San Juan es una playa de agua cristalina, al más puro estilo del caribe (de hecho está bañado por el mar caribe). Esta playa está dividida en dos por un espigón natural  de roca el cual tiene una caseta con techo de paja que hace la función de mirador.
Tiramos nuestras toallas en la arena y nos metemos en el agua. Hace un día espléndido, el sol cae fuerte y el agua es cristalina. Nos zambullimos con las gafas de bucear que TANTO nos han servido durante el viaje (pocas veces más las hemos utilizado) y observamos algunos, aunque pocos, peces tropicales que se acercan curiosos a nuestro alrededor. 
Después de unos minutos empiezo a sentirme mareado por el vaivén del mar y decido salir del agua, Romà me acompaña. Nos tumbamos un rato en la toalla y una vez secos decidimos subir al mirador. Para llegar hay que ascender unos 40 escalones. No hay mucha gente, pero todo el mundo quiere hacerse la misma foto, yo haré lo mismo cuando sea mi turno. Mientras espero a que eso suceda observo el mar y las maravillosas vistas que me rodean.
Contacto de nuevo con lo agradecido que estoy a la vida de haberme permitido hacer ese viaje, de todo lo que he visto, he vivido, de tanta gente que he conocido. Creo que no hay nada que se iguale a esa sensación.
Después de retratarnos para la posteridad bajamos a las toallas. Se acerca la hora de comer y hemos visto que durante el día no han dejado de pasar vendedores ambulantes que ofrecían tentempiés variados. Aprovecharemos la visita de la siguiente comerciante para comprarle unos bocadillos de pollo con champiñones y verduras. Los dos bocadillos nos cuestan 7.000 pesos. La mujer no lleva bebida por lo que debemos esperar a que pase el siguiente vendedor ofertando a viva voz sus productos. Adquiriremos dos cervezas por un importe de 5.000 pesos. De nuevo se ceban con los precios.
Los bocadillos estaban bastante ricos y nos damos por satisfechos con la compra. 
Pasaremos un rato más en la playa antes de iniciar nuestra vuelta hacia el camping. 
Hemos tardado poco en llegar al alojamiento y Romà se da una ducha por la que le cobran 1.000 pesos. Yo prefiero no hacerlo, no me molesta tanto la sal y como sé que en un rato nos vamos a ir a visitar otra playa del parque prefiero dejarlo para más tarde.
Como poco hay que hacer en el camping no tardamos en echarnos de nuevo a los senderos, ahora nos encaminamos hacia la playa llamada "playa de la piscina". El nombre nos hace pensar que el agua debe estar totalmente cristalina y sin oleaje, a ver que nos encontramos... 
En poco más de 20 minutos estamos a punto de llegar, pero de nuevo nos ha dado la neura de agarrar otro coco. Repetiremos el mismo procedimiento de antes, pero esta vez, con mucha más facilidad alcanzamos nuestro deseado objetivo. Para abrirlo repetimos la misma técnica que antes, pero ¿cuál será nuestro error? El golpeo ha sido demasiado fuerte, así que hemos perdido medio coco y con ello más de la mitad del caldo que contenía. Nos tendremos que conformar con un par de sorbos cada uno, lo suficiente como para paliar nuestras ansias de ese delicioso néctar.
Seguimos nuestro camino y apenas unos minutos llegamos a una calita que se encuentra entre "playa arrecife" y "playa piscina". Justo en la entrada hay un bar donde nos paramos para ver que se ofrece en el lugar. Ahí es donde me doy cuenta que he perdido mis gafas de sol. Empiezo a pensar dónde las he podido dejar y caigo en que cuando he ayudado a Romà a subir a la palmera posiblemente se me debieron caer. Le digo a Romà que me espere, que voy a buscarlas. Salgo corriendo, alcanzando el lugar en breves minutos. Primero busco la palmera a la que Romá se he subido, tarea tremendamente complicada porque en un campo de palmeras al final todas te parecen igual, pero finalmente doy con ella. Empiezo a buscar por el suelo, la cantidad de hojarasca que hay me lo está poniendo difícil… pero finalmente algo negro muy brillante asoma entre el manto marrón, “eureka”!!!
Más feliz que una perdiz vuelvo a paso acelerado. Al llegar me encuentro a Romà metido en el agua nadando como un delfín, con sus gafas de buceo puestas. Parece que hoy no va a ser el día en que alcancemos "playa piscina". 
Me acomodo en mi toalla y espero a que Romà salga del agua. De nuevo me siento inquieto, al lado parece que hay una calita desierta y decido ir a verla. Romà que ya ha salido del agua me esperará tumbado, no tiene ganas de más pateadas.
Me meto por un camino estrecho y cubierto de vegetación, supero el enmarañado de vegetación que parece no querer dejarme pasar pero en apenas 50 metros aparezco en la calita. El agua está muy calmada y una pareja se besa apoyados en unas rocas, digno de una escena de la película “el lago azul”.
De nuevo tengo un momento místico, donde medito y pienso en todo lo que he vivido en los últimos tiempos y en lo maravilloso que ha sido poder hacer ese viaje. Noto que el final del viaje se acerca y la sensibilidad cada vez está más a flor de piel.
Decido darme un baño, no quiero dejar pasar esa oportunidad y hago varias fotos para inmortalizar el momento. 

Me siento saciado de mi deseo de explorador, por lo que emprendo camino de vuelta hacia mi toalla. Ahí está Romà, durmiendo plácidamente como si de un bebé se tratase. Me tumbo y descanso a su lado, en silencio, oyendo tan solo las olas del mar sintiendo la verdadera libertad.
No sé cuánto rato ha pasado. Abro los ojos y me doy cuenta que el cielo ha empezado a taparse. Tenemos los bañadores bastante secos, así que decidimos volver al camping, suficiente playa por hoy.
Llegamos sedientos y sin perder tiempo pedimos un par de coca-colas en el bar del camping. Nos sentamos en las mesas de la zona pública y bebemos a pequeños sorbos nuestros refrescos. 
Estamos aplatanados, posiblemente tanto sol nos ha afectado hasta al cerebro, y ahí permanecemos sin dirigirnos apenas palabra. Reúno todas las fuerzas que tengo y le digo a Romà que me voy a duchar. Él se queda ahí, mirando a la nada, pensando posiblemente en sus mil y una ideas para llegar a hacerse rico.
La ducha me ha sentado de maravilla, aunque no ha logrado hacerme volver a la tierra. Me reencuentro con Romà en el comedor y decidimos irnos a la tienda a descansar. 
Tendemos los bañadores y las toallas en los árboles que custodian nuestra carpa. Entramos en nuestro pequeño hogar, no tenemos muchas ganas de cachondeo ni tampoco sentimos ganas de comer, así que ahí nos quedamos, yo escribiendo el blog y Romà tirado hasta que se queda dormido... poco más tarde, a mí me pasará lo mismo…














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