23/02/2017 LIMA - IQUITOS
EN EL AMAZONAS BAÑANDONOS CON DELFINES
Hoy va a empezar nuestra nueva aventura, nada más y nada menos que nos vamos al Amazonas para pasar allí 5 días bajo la mano de Jorge de la Selva, y no porque yo lo nombre así, sino porque él mismo se ha asignado ese sobrenombre. Y qué mejor manera de empezar una aventura quedándonos dormidos por no haber escuchado ninguno de los dos despertadores que pusimos. Por suerte Romà como si un reloj interno le hubiese avisado, da un respingo a las 05:30 y a la voz de "Elí, son les 05:30h, ens hem adormit!" los dos salimos dando un salto mortal de la cama y en menos de 10 minutos ya estamos listos para tomar el taxi que había avisado Fernando (nuestro anfitrión del Hotel).
De camino al aeropuerto no hay mucho tránsito y al taxista le ha dado por hablarnos largo y tendido de su pasada vida como guía. Romà ni contesta, yo intento asentir con leves "aha" a todo lo que el hombre habla aunque a mis oídos todo me parece un murmullo indescifrable; qué queréis si acabamos de despertarnos!
Muy cerca del aeropuerto se forma una gran caravana en la rotonda que le precede. Más de 20 minutos para poder hacer los 360 grados que todo círculo contiene. Y por fin llegamos al aeropuerto, aunque no con mucho tiempo de margen, son las 06:30h y el vuelo sale a las 07:44h. Antes de embarcar paramos en una tiendecita de "dunking donuts" para tomar algo de desayuno. Nos llevaremos una caja de 6 unidades que no llega a los 40 soles.
Embarcamos sin ningún contratiempo y antes de subir al avión nos terminamos los donuts.
El vuelo, que tiene una pequeña escala en la ciudad de Pucalpa discurre sin problemas, llegando a las 10:25, hora establecida, a Iquitos.
Salimos del aeropuerto mostrando un cartel a modo de reclamo que le preparamos a Jorge en el que se podía leer "Jorge de la Selva" adornado con los dibujos de una serpiente y una araña.
Con ciertas dudas de que viniese a buscarnos ya que pese a decirle que llegábamos el jueves lo último que nos indicó fue "nos vemos el lunes", nos dirigimos a la salida irguiendo bien firme nuestro letrero. Unos señores nos muestran sus letreros y nosotros les mostramos el nuestro a modo de respuesta. Rápidamente uno de ellos se ofrece para acompañarnos a nuestro encuentro con Jorge que nos espera fuera del recinto.
Nos recibe un hombre de grandes dimensiones y moreno de piel extiendiendo sus brazos como si del Cristo Redentor se tratase y con su mejor sonrisa nos da la bienvenida a la que va a ser una experiencia inolvidable. Es él, Jorge, que va acompañado su hijo mayor, Carlos, de 17 años.
Tomamos un motocarro que nos llevará al puerto marítimo de Iquitos. A partir de este momento nosotros ya no pagaremos ni negociaremos nada, de todo se encarga Jorge, eso sí, previo el pago de los 150 soles diarios por persona que es la tarifa que él cobra por su servicio, un total de 1500 soles por 5 días para 2 personas.
En un motocarro sube Romà con Carlos, en el otro voy yo con Jorge. Iquitos es una ciudad caótica, donde los motocarros y las motocicletas son el transporte que más abunda, se cuentan a miles y las normas de circulación parece que no existen. La polución, el bullicio y el caos reinan en esa ciudad.
Durante el trayecto hablo con Jorge de nuestro viaje y de la forma en que conseguimos su contacto, así mismo le comento sobre todas las expectativas que tenemos y la ilusión con la que las afrontamos. Él me asegura que no nos va a defraudar.
En algo más de media hora llegamos al puerto. Un mercado lo precede, lugar donde Jorge va a hacer las compras para estos días. De mientras, descendemos al embarcadero por unas escaleritas de madera, donde esperaremos la salida del barco que nos ha de llevar a Tamshiyacu.
Cantidad de gente desfila por delante nuestro, unos vendiendo artesanía, otros descargan de enorme sacos de carbón sobre sus cabezas, vendedores de comida ambulante y de helados en bolsa.
Por fin llega Jorge con un saco de comida y una caja llena de huevos. Son las 12h y el barco zarpa puntual.
Una embarcación rústica de madera, con una eslora de unos 35 metros y capacidad para unas 50 personas emprende su recorrido a través del amazonas.
El trayecto se hace muy largo ya que hace muchas paradas por las comunidades que hay a través del río; suben y bajan pasajeros, cargan y descargan mercancías. Se podría asegurar que esa barquita sería el autobús del río.
Tras más de 3h llegamos al destino indicado. Allí nos espera la embarcación de Jorge, capitaneada por Jorgito, su sobrino y ayudante de 22 años. Traspasamos todas las compras y saltamos entre los botes para iniciar un nuevo recorrido hasta el campamento de Jorge.
Tras más de media hora navegando por uno de los miles de afluentes que tiene el inmenso Amazonas sobre una humilde embarcación de unos 10 metros de eslora fabricada por el mismo Jorge y con una especie de cortacéspedes que trabaja a modo de motor, terminamos llegando a un a pequeña playa donde amarra la barca.
Un par de casitas nos dan la bienvenida y tras caminar un sendero a través de la selva durante unos 10 minutos por fin llegamos al campamento.
La humildad preside aquél lugar, una casa de unos 60 metros de planta, fabricada con maderas y con un techo de palma tejida, sin luz ni agua corriente, con una cocina a fuego de leña y un aseo apartado.
Dentro de la casa 3 camas hechas a base de madera fabricadas por el mismo Jorge con sus respectivas mosquiteras, una tienda de campaña, una mesa con dos bancos, también made in Jorge y 3 hamacas colgantes. Sin dudas todo lo que necesitaremos para vivir una auténtica aventura.
Al llegar nos espera su mujer "Yoris" que está acompañada de sus otras 3 hijos, el simpático Toddy de 8 años, la temible y a la vez encantadora Anita de 5 años alias "Mogli" y la dulce Anilda de 7 años.
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Anita |
Tienen la comida lista, pollo acompañado de arroz. Después de compartir mesa y agradecer la comida que hemos tomado al levantarnos de la mesa (una costumbre que tienen), salimos a nuestra primera expedición por el Amazonas, nos vamos en busca de los delfines grises y rosados.
Navegamos río abajo durante pocos minutos hasta topar con la inmensidad del Amazonas, una extensa masa de agua se abre ante nuestros ojos escoltada a banda y banda por una densa capa de vegetación amazónica. Jorgito maneja el motor y timón, Jorge encabeza la embarcación emitiendo un silbido repetitivo como llamada a los delfines.
Después de un rato los primeros ejemplares de delfín gris se descubren ante nosotros. Son pequeños a la vez que juguetones y apenas podemos ver sus lomos salir a la superficie para tomar aire. Poco tardan en dejarse ver los ejemplares de delfín rosa, con su aleta doblada y sus pequeños saltos a modo de juego. Hay muchos de ellos y por un momento parece que estamos rodeados. De repente Jorge nos anima a saltar de la barca para darnos un baño. Nos quedamos en calzoncillos y tras ver que de un brinco ya se ha metido en el agua yo hago lo mismo y Romà me precede. Jorgito se queda en la barca por si la corriente nos arrastrase poder ir a por nosotros.
Nadamos un poco, no sin el respeto que te puede producir saber que estás en medio del Amazonas con todas las especies de animales que habitan allí y sabiendo que hay decenas de delfines a nuestro alrededor. Romà no tarda en subir a la barca, yo me encanto un poco más en el agua, uno no se baña todos los días en el río Amazonas.
Pese a que el agua está a una temperatura agradable el frío empieza a apoderarse de nuestros cuerpos y decidimos volver a la barca para iniciar camino de vuelta al campamento.
Amarramos la barca en el pueblo de Santa Ana, la comunidad donde residen tanto Jorgito como Jorge junto a sus familias.
Jorgito retira el motor de la barca ya que si llueve puede estropearse y lo llevará a casa de Jorge donde lo guardará hasta que tengamos que zarpar de nuevo.
Volvemos al campamento paseando a través de la selva con Jorge. Es un tramo de algo más de 15 minutos lo que tardamos en recorrerlo.
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Jorgito retirando el motor de la barca |
Volvemos al campamento paseando a través de la selva con Jorge. Es un tramo de algo más de 15 minutos lo que tardamos en recorrerlo.
Son poco más de las 19h y Jorge prepara chancho con un poco de arroz para cenar.
Ya con la panza llena hablamos un poco de todo. Jorge nos cuenta lo disgustado que está con las empresas de turismo que contratan a los nativos de la selva como guías pagándoles una cantidad irrisoria de todo lo que cobran al turista, a parte del trato nefasto que dan a los clientes y la poca calidad de servicio que ofrecen a cambio del exagerado importe que se embolsan. Se le nota realmente indignado con la situación y nos explica que está en trámites de crear su propia empresa.
Y es que lo que nos cuenta de los precios es bien cierto, ya que los viajantes de Barcelona que conocimos y que nos recomendaron ir con Jorge pagaron casi el doble que nosotros por vivir la misma experiencia y todo porque lo hicieron mediante una empresa que los captó en el aeropuerto.
Después de una buena charla decidimos irnos a dormir, Jorge ya nos ha avisado que estos días el toque de campana será entre las 06h y las 07h y debemos estar descansados.
El planing de mañana, ir a pescar pirañas y poner trampas para cazar una anaconda, ahí es nada.
Con el cuerpo comido por las picaduras de los temibles zancudos (mosquitos) del Amazonas, los cuales no temen ni a los repelentes más efectivos, nos acostamos en nuestras camas. Menos mal que tienen mosquiteras...
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