27/02/2017 AMAZONAS
ENFERMO SIN PODERME MOVER Y CARNAVAL EN SANTA ANA
Los efectos de la ayahuasca no me han dejado descansar. Imagino que tomar una doble ración de la bebida espirituosa ha sido demasiado para mí. He estado toda la noche vomitando, o mejor dicho intentando hacerlo porque el estómago me quedó vacío con la tercera expulsión y a partir de ahí solo arrojaba el poco agua que era capaz de ingerir o los restos de bilis que generaba mi hígado. Pero no todo se quedaba ahí, la diarrea también se manifestó repentinamente, ahora tendría que levantarme de la cama e intentar llegar al baño que se encontraba en el exterior de la caseta. Al ponerme de pié de nuevo toda la estancia comenzó a girar entorno mío, con mucha dificultad intenté alcanzar la puerta de salida dando cortos pasos y abriendo los brazos para evitar chocar con cualquier obstáculo que pudiese encontrar en mi camino. Llegué a la puerta y tras abrirla sentí como la selva me aguardaba tras de ella, con los sentidos más agudizados de lo normal escuché hablar a los animales y decidido aunque con miedo decidí salí al exterior. Salté desde la estora de cañas que hacía su función de suelo para caer sobre la pachamama, en el aire sentí que el tiempo se ralentizaba estrepitosamente y como si de una película se tratase cuando mis pies impactaron sobre el suelo un ensordecedor estruendo retumbó en mi cabeza sintiendo como si el suelo se abriese bajo mis pies. Consciente de que en la selva podía encontrarme cualquier animal y más siendo la hora de la salida del sol empecé a caminar velozmente tratando de esquivar los árboles que se interponían en mi camino, varias luces de colores parecían iluminarse a mi alrededor como si tratasen de iluminarme la senda y por fin, después de recorrer apenas 10 metros que me parecieron 10km llegué al baño. Ahí expulsé de mi cuerpo cualquier resto que pudiese quedarme. Mientras estaba sentado prestaba atención a cualquier ruido o movimiento que pudiese darse a mi alrededor. Con dificultades para coordinar mis movimientos pude asearme y ya con algo menos de dificultad y aventura retorné a mi cama. Las ganas de vomitar apenas habían menguado y mis intentos por hacerlo caían en saco roto dejando en mis ojos lágrimas que brotaban a causa del esfuerzo que hacía en cada invite.
Sin recordar como caí rendido.
A la mañana siguiente el deambular de Jorge por la caseta me despierta, sigo cansado y no me encuentro muy bien, no he podido desprenderme de las nauseas. Jorge me invita a que me levante para desayunar algo. Yo que no tengo hambre hago un esfuerzo titánico para reincorporarme en la cama y en cuanto abandono la posición horizontal un fuerte mareo se apodera de mí. Jorge me anima a ponerme de pié y aunque no me veo capaz hago un nuevo esfuerzo y lo consigo. Me siento inestable y un fuerte mareo hace que pierda la verticalidad, me tambaleo hasta poder quedarme inmóvil. Ahora trato de caminar pero a la que levanto un pié del suelo vuelvo a tambalearme. Decido volver a la cama, es el único sitio en donde me siento relativamente bien. Romà que no se si lo hace por animarme o por reírse de mí empieza a hacerme bromas que yo no llevo con mucho humor, no obstante noto que comienza a preocuparse por mi estado y me dice que no haga nada de buena cara, yo confío en ir mejorando poco a poco.
Jorge me insta nuevamente a que desayune algo y vuelvo a ponerme en pié después de pensármelo unas cuantas veces. En la mesa tan solo soy capaz de tomar un poco de zumo y una pequeña porción de fruta que digiero con gran desgana. Sin peder tiempo me vuelvo a la cama, necesito tumbarme, el mareo no disminuye.
Ahora Jorge me explica que debería bañarme con unas hierbas medicinales que él me va a preparar. La ayahuasca te limpia por dentro, pero unos debe hacer una limpieza exterior para quitarse todas las malas sensaciones. Hablo con Jorge y le digo que no puedo levantarme de nuevo, que me encuentro muy mal y él, haciendo las funciones de "padre" me dice que me lavará la cabeza en la cama. Preparar un barreño con las hierbas recolectadas por él mismo, una agradable fragancia emana del balde. Saco la cabeza como puedo dejándola fuera del habitáculo de la cama y Jorge empieza a lavarme con la mezcla sanadora. La verdad es que no se si es por el olor, por lo fresca que está el agua o por el poder mágico que le atribuye a ese mejunje, pero yo me siento algo mejor. No obstante una vez termina me vuelvo a meter en la cama, eso sí, sin dejar de beber agua, creo que todo volverá a la normalidad cuando expulse de mí todo rastro de ayahuasca que pueda quedar.
Jorge decide ir a buscar a la chamana, me dice que quiere que me haga un rito sanador por el que no tendré que pagar nada, que de eso ya se encarga él. Yo le pregunto si es normal lo que me está sucediendo y me explica que él cree que la ayahuasca está haciendo un gran trabajo en mí, me argumenta que la planta me quiere y que por eso me está durando tanto su efecto. Añade que yo sería un gran chamán.
Después de unos minutos vuelve acompañado de María que pronto inicia el ritual. Me hace sentarme en la cama y al igual que hizo ayer enciende unos “mapuchos” y me lanza su humo, para a continuación arrancarse con una de las canciones que tanto sonó ayer al mismo tiempo que sacude mi cabeza con el abanico de palma siguiendo el ritmo de la melodía.
Evidentemente el ritual ha sido mucho más corto que ayer, y sin dirigirme ni una palabra en cuanto finaliza su actuación da media vuelta y se marcha despidiéndose, eso sí, de Jorge.
Vuelvo a mi posición horizontal, sigue siendo como me siento mejor y no quiero abandonarla bajo ningún concepto. Pero Jorge no tardará mucho en volver a ofrecerme otro baño de hierbas, pero ésta vez quiere hacérmelo en todo el cuerpo. Me explica que la ayahuasca te limpia por dentro, pero que también es igual de necesario e importante hacer una limpieza externa con la que quitará todas las impurezas que mi cuerpo está expulsando.
Aunque daría cualquier cosa por no moverme de la cama decido hacer un nuevo esfuerzo, aún más grande si cabe porque ahora tendré que caminar hasta el exterior de la cabaña.
Jorge ya tiene el barreño con las plantas medicinales preparado en el exterior y se acerca para ayudarme a incorporarme. Romà también está a mi lado. Consigo ponerme en pie pero sigo inestable. Espero varios segundos a que el mundo se asiente bajo mis pies y comienzo a andar bien escoltado. Llego al exterior y me desnudo para dejar mi cuerpo a merced de Jorge. Empieza el baño, el agua está fresca y aunque de primera impacta el contraste de temperatura se torna agradable y en cierto modo siento un efecto sanador.
No hay mejoría notable y una vez me he secado y me he vuelto a vestir retorno a mi guarida, el único sitio donde vuelvo a ser persona, mi cama.
Se ha hecho la hora de comer. Jorge me invita a que haga un esfuerzo pero me siento incapaz, he tirado la toalla, no lo voy a intentar. Romà y Jorge sí se sientan a la mesa y yo empiezo a dar pequeñas cabezaditas.
Ya son las 17h, apenas recuerdo que ha sucedido a mi alrededor, imagino que el sueño me ha hecho desconectar de la realidad. Jorge nos explica que hoy es el día grande de Carnaval en Santa Ana. Hay juegos en la plaza del poblado, la guerra de barro, el erguimiento de las palmeras y por la noche el baile de máscaras. Romà está listo para ir a participar de todo lo que se le ponga por delante, pero yo, aunque me muero de envidia no me veo capaz de mantenerme en pie.
Romà se prepara con unas ropas zarrapastrosas y me pide que le deje la cámara. Le indico donde está todo y le digo que si en algún momento me sintiese mejor y me viese bien como para bajar al poblado allí nos veríamos, de lo contrario o me habré muerto o nos reencontraremos en el campamento a su vuelta. Equipado como si a una batalla se marchase se despide de mí con una sonrisa pícara en la cara.
Jorge me informa que en breve él se va a marchar, pero antes me pide que si puedo me ponga en pie y me dé una ducha en el exterior, me explica lo importante que es hacer estos lavados porque así retiro de mi cuerpo lo impuro que estoy expulsando. No le prometo nada pero le pido que me deje un barreño con agua en el exterior por si me viese con fuerzas.
Y ahí me encuentro yo, solo en medio de la selva, mareado y con la sensación de no ser capaz ni de ponerme en pie. Doy varias cabezaditas y aunque no siento haber mejorado me automotivo hablando conmigo mismo: “vamos Elí, tú puedes, levántate, vamos!”. Me lo repito una y otra vez hasta que por fin parece dar sus frutos, me he levantado y me dirijo al exterior para darme otra ducha. Poco a poco me desnudo y sintiéndome parte del universo me lanzo cubos de agua por encima. Estoy solo, rodeado por los árboles de la selva, lejos de toda civilización luchando contra mi malestar, no hay nada ni nadie más.
Una vez he terminado y después de haberme sentido otra vez más como parte de un todo me visto y siento una leve mejoría. Por primera vez me planteo si seré capaz de irme solo hasta la comunidad de Santa Ana. Son 20 minutos caminando por el medio de la selva, pero esta vez totalmente solo, sin nadie que conozca esos caminos a mi lado, sin nadie que pueda protegerme de algún animal peligroso con el que me pueda encontrar… Y ahí vuelve a salir mi “coach” interno, vuelvo a hablar conmigo mismo y me respondo que SÍ, voy a bajar al poblado.
El suelo aún se tambalea bajo mis pie, pero ha disminuido drásticamente la sensación que había tenido todo el día. Así que me visto con una buena capa de valor y me lanzo hacia el poblado.
Camino despacio y con cuidado, a cada paso que doy el suelo parece temblar y mi entorno parece moverse como si estuviese encima de un barco. Después de casi media hora y sin ningún sobresalto llego a Santa Ana.
Al pasar por las primeras casas que me encuentro la gente ya me indica que mi amigo está en la poza de agua dulce, al final del poblado. De camino un hombre ebrio me aborda y me da la mano a la vez que grita para que todo el mundo lo oiga “es mi amigo!”. Yo que por mi trabajo estoy acostumbrado a tratar con gente que se encuentra bajo los efectos del alcohol le sigo el rollo a lo que la gente del poblado que está presenciando la escena se echa a reír.
Sigo mi camino y no dejo de encontrarme a gente embadurnada de barro, resultado de la batalla que se lleva a modo de juego en la celebración de los carnavales. Por fin llego a la charca. Allí está Romà rodeado de un grupo de lugareños que se están limpiando el barro que han acumulado durante la batalla. Se le ve feliz y me sonríe sorprendido al verme allí, erguido como las palmeras!
Romà me explica que ha participado en la batalla de barro, que mucha gente la había tomado con él porque era el extranjero y que lo habían embadurnado por completo.
También me explica que ha ayudado a izar las palmeras. Se trata de otro juego típico de los carnavales en el que dos palmeras que previamente se han cortado son adornadas con cubos en su copa. Posteriormente la gente, tirando de unas cuerdas las ponen en pie e introduciendo su base en un agujero hecho previamente en el suelo se dejan erguidas durante las fiestas hasta su finalización, momento en que se retiran. Ahí va un vídeo para que veáis de qué estoy hablando:
Volvemos a casa de Jorge, él no ha estado en las fiestas, parece que no se encuentra muy bien, hace mala cara y no parece el mismo con el que hemos compartido los últimos días. Romà me comenta que va a volver al campamento ya que se quiere cambiar de ropa y ponerse un poco “decente” para lo que queda de noche. Yo que aunque me encuentro mucho mejor aún no estoy al 100% decido quedarme en Santa Ana y no acompañarlo.
Casi una hora después Romà está de vuelta. Compartimos interesantes conversaciones con Jorge y su mujer y nos invitan a cenar pescado con arroz envuelto en una hoja de palma verde, una comida muy apreciada en aquellos lugares.
Yo me encuentro mucho mejor, apenas tengo un atisbo de mi malestar y acepto de buen grado la cena a la que me han invitado.
Jorgito aparece con su mujer que está en un estado avanzado de embarazo. Pronto serán padres y se les ve muy felices con la futura venida de su hija.
Jorgito nos invita a ir a su casa para mostrarnos donde van a vivir. Entramos en la casa familiar, encabezada por la tienda de comestibles, pasamos a la trastienda y subimos unas escaleras que nos conducen al primer piso. Allí hay un habitáculo de unos 10 metros cuadrados totalmente vacío, no hay absolutamente nada. Jorgito nos explica que ese será su hogar. Todo ello me hace pensar en lo mucho que nos complicamos la vida en este lugar que llamamos “primer mundo”. Sobre todo cuando me asomo al balcón y observo las maravillosas vistas del Amazonas con su bello atardecer que inunda mi mirada.
Jorgito me explica que ellos la vida la hacen allá conforme sale y se pone el sol. No tienen reloj porque no lo necesitan, viven en comunidad y cazan y cultivan para poder subsistir. No obstante cada vez más el consumismo se ha empezado a apoderar de su “modus vivendi” y muy cerquita del poblado se encuentra “Tamshiyacu”, principal pueblo donde hay mercado, tiendas y los colegios donde van los más jóvenes y un poco más lejos la capital de la región, Iquitos, donde puedes encontrar de todo.
Mientras permanecemos en el balcón poco a poco va apareciendo parte de la familia de Jorgito: su mujer, su tío Américo y su esposa Maruja junto con su hija pequeña de unos 11 años de edad son los que terminarán haciéndonos compañía. Para ellos, ha llegado el momento de hacer negocio. Una de las fuentes de subsistencia que hay en aquellos poblados es la artesanía: montan pulseras y collares con cuerdas, semillas y trozos de ayahuasca. Es un arte que desarrollan más las mujeres, incluso según nos explican se reúnen rutinariamente para fabricarlas. La tía de Jorge y su mujer hacen un despliegue de sus obras, pero Américo tiene una muy especial para mí. Días atrás le había pedido a Jorgito si me podían hacer una pulsera con los colores de la bandera de Perú y me dijo que lo intentarían. Y “voila”! Ilusionado como si me hubiese comprado un coche nuevo me la pongo en mi muñeca donde como si de un mostrador se tratase muestra la colección de pulseras de todos los países por donde hemos pasado.
Tras efectuar alguna que otra nueva adquisición llega el momento que todo el mundo estaba esperando, el desfile de máscaras. Se trata de una tradición antigua a la vez que extraña. Se lo que posiblemente estéis imaginando: “un desfile de gente con máscaras trabajadas en artesanía, ¡que preciosidad!”, pero lo cierto es que no tiene nada que ver con esa imagen idílica. En el pueblo hay un grupo de personas que se disfraza y se construyen máscaras pero hechas en su gran mayoría con bolsas de papel y cartulina, carecen de dibujos bonitos y de colores llamativos, es decir, un trabajo con poco detalle pero efectivo para el propósito que debe cumplir, el de esconder la verdadera personalidad que hay detrás. También hay algunas máscaras de goma, las típicas que podemos encontrar en una tienda de artículos para fiestas. Los disfraces tampoco son muy elaborados, la gran mayoría viste ropa normal y el disfraz predominante es el de mujer, un clásico en todas partes del mundo como podéis ver.
A ese grupo se les llama “los enmascarados” y su función es la de atemorizar a la gente de la comunidad. Los vecinos se agolpan en los porches de sus casas esperando el tan deseado momento. De lejos ya se asoma el grupo, son unos 30 enmascarados que empiezan su camino a través del poblado al ritmo de una comparsa formada en su gran parte por percusionistas la cual los precede.
Los enmascarados se aproximan a la gente con el afán de causarles miedo; el público grita como si estuviera atemorizada, simulan temerles; es parte de la comedia que encierra el carnaval.
A su paso la gente sale detrás de ellos siguiendo su ritmo hasta llegar al campo abierto donde se encuentran las palmeras erguidas. Nosotros vamos Romà, Jorgito, sus 2 sobrinas (Lady de 14 años y su hermana de 11), la mujer de Jorgito, Yoris (la mujer de Jorge) y yo.
Este campo queda rodeado de casas, pero una de ellas es donde se dirigen los enmascarados. Se trata de una especie de patio cerrado que según nos han explicado lo ha cedido un ciudadano de Santa Ana para la celebración. Justo empieza a sonar una música y el grupo se divide en parejas. Entrelazados por sus brazos comienzan una danza extraña pero a su vez graciosa donde se mueven con un ritmo despreocupado, realizando la forma de una circunferencia a lo largo y ancho del recinto. Durante ese rato no puede unirse nadie que no sea un enmascarado, o al menos eso nos ha parecido entender.
Después de un buen rato de haber bailado casi rozando el éxtasis, los enmascarados se retiran de ese recinto y en otro flanco de la plaza, un nuevo local espera su llegada. Detrás de ellos entramos en el nuevo local. Una superficie de apenas 40 metros cuadrados deberán acoger a toda la gente que está participando de la fiesta.
La comparsa sigue marcando el ritmo y de nuevo comienza la danza por parejas. A mí se me van los pies y tengo la suerte de que Yoris se ofrece a bailar conmigo. Saltamos a la pista y nos mezclamos con los enmascarados. Al cabo de un rato observo que Romà se ha lanzado con Jorgito y su mujer a mover el esqueleto. Bailamos con un ritmo desenfadado sin dejar de dar vueltas en círculo y sin darme cuenta me encuentro con nuestro amigo “ebrio”, sí, es aquél que a primera hora de la tarde me había saludado gritando “ES MI AMIGO” que está bailando con Romà. Pese a su borrachera se ha dado cuenta que estoy pasando por su lado y cual sorprendente agilidad me agarra del brazo y me aferra a él. El hombre parece estar en éxtasis por tenernos amarrados a banda y banda y su excitación cada vez va a más, llegando a su éxtasis justo en el momento que nos reta a hacer el paso del baile de la canción de la “mayonesa” a la vez que nos grita “ABAJO, ABAJO , ABAJO, ABAJO…” tirando de nosotros hacia el suelo llegando a conseguir que rocemos el piso con el culo; bueno, a decir verdad es él quien lo consigue pero nosotros pese a que le hemos seguido un poco en su delirio terminamos por escabullirnos entre la multitud.
Los bailes se prolongan y la gente no deja de bailar y disfrutar de la fiesta. La noción del tiempo se ha desvanecido con la atmósfera que nos envuelve.
Cuando la fiesta termina la gente retorna a sus casas. Nosotros nos despedimos de todos y volvemos acompañados de Jorge hacia el campamento. Nos hemos ganado con creces un buen descanso…
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